5 de octubre.- El título, por una vez, es literal. Suecia subvenciona a los 'enfermos' de heavy metal. Efectivamente: qué heavy.
La noticia, sin más dilación: Roger Tullgren, de 42 años, ha conseguido que el Estado sueco catalogue su 'adicción' al heavy como una invalidez. Una pasión 'infernal' que le incapacita para llevar una vida normal. Como si le faltara un brazo (o varias neuronas), vamos.
Un juez de Hasslehölm, su localidad natal, ha certificado que Tullgren no puede desempeñar su trabajo sin someterse a intensivas y opíparas sesiones de heavy que, a veces, incluso le impiden llevar su labor a buen puerto (aunque Roger, muy suyo, puntualiza que el señorito prefiere death metal por las mañanas, y clásicos jevis de tarde).
El detonante fue el último (y al parecer enésimo) despido de nuestro héroe, que no pudo evitar asistir en 2006 a más de 300 conciertos para levantar su mano cornuda, abandonando su puesto de trabajo en tantas ocasiones que su jefe, poco comprensivo, le dio la patada.
La sobredosis de calaveras, tatuajes y aperos demoníacos varios (Roger es al parecer una ferretería ambulante) nada tuvo que ver con el despido.
Tullgren llevaba ya 10 años intentando que la justicia sueca reconociera su adicción musical como una dependencia que le mermaba psicológicamente. Así que entre el juez y el INEM sueco buscaron la solución: un trabajo a media jornada donde además pudiera seguir cultivando su melómano cuelgue, y una pensión de 400 euros al mes para cubrir la parte del día no trabajada. Tres psicólogos impulsaron la moción.
Roger, el genio, lo explicaba así al periódico sueco 'The Local': "Firmé un documento que decía: 'Roger se siente impulsado a mostrar su estilo heavy metal. Esto dificulta su situación en el mercado laboral. Por lo tanto, necesita ayuda financiera adicional'. Así que ahora puedo ir a una entrevista de trabajo vestido como voy habitualmente y darle ese papel al entrevistador".
Tullgren curra ahora de lavaplatos, y su nuevo jefe le deja vestir como quiera, recuperar las horas perdidas en conciertos y escuchar sus sinfonías 'jevirronas' a todo volumen "excepto cuando hay clientes", dijo a 'The Local'.
La patología de este 'metalómano' se inicia en 1971, cuando su hermano mayor le pone un disco de Black Sabbath a toda caña y envía al infantil Roger a otra dimensión. Ahora mismo, ya un señor de 42 tacos, Tullgren toca en dos bandas de su ciudad, pero si por él fuera serían doscientas.
Un absoluto monstruo Roger. Y un filósofo, a juzgar por otra de sus frases a 'The Local': "Podrán decir que debería crecer y escuchar otro tipo de música... Pero no puedo. El heavy metal es mi estilo".
Obviaré los juicios políticos, pero parece claro que, conforme España se acerca a los estándares europeos, un subsidio así al menos para los oyentes de OT, Trecet y Cadena Dial parece indispensable. ¿O no?
La noticia, sin más dilación: Roger Tullgren, de 42 años, ha conseguido que el Estado sueco catalogue su 'adicción' al heavy como una invalidez. Una pasión 'infernal' que le incapacita para llevar una vida normal. Como si le faltara un brazo (o varias neuronas), vamos.
Un juez de Hasslehölm, su localidad natal, ha certificado que Tullgren no puede desempeñar su trabajo sin someterse a intensivas y opíparas sesiones de heavy que, a veces, incluso le impiden llevar su labor a buen puerto (aunque Roger, muy suyo, puntualiza que el señorito prefiere death metal por las mañanas, y clásicos jevis de tarde).
El detonante fue el último (y al parecer enésimo) despido de nuestro héroe, que no pudo evitar asistir en 2006 a más de 300 conciertos para levantar su mano cornuda, abandonando su puesto de trabajo en tantas ocasiones que su jefe, poco comprensivo, le dio la patada.
La sobredosis de calaveras, tatuajes y aperos demoníacos varios (Roger es al parecer una ferretería ambulante) nada tuvo que ver con el despido.
Tullgren llevaba ya 10 años intentando que la justicia sueca reconociera su adicción musical como una dependencia que le mermaba psicológicamente. Así que entre el juez y el INEM sueco buscaron la solución: un trabajo a media jornada donde además pudiera seguir cultivando su melómano cuelgue, y una pensión de 400 euros al mes para cubrir la parte del día no trabajada. Tres psicólogos impulsaron la moción.
Roger, el genio, lo explicaba así al periódico sueco 'The Local': "Firmé un documento que decía: 'Roger se siente impulsado a mostrar su estilo heavy metal. Esto dificulta su situación en el mercado laboral. Por lo tanto, necesita ayuda financiera adicional'. Así que ahora puedo ir a una entrevista de trabajo vestido como voy habitualmente y darle ese papel al entrevistador".
Tullgren curra ahora de lavaplatos, y su nuevo jefe le deja vestir como quiera, recuperar las horas perdidas en conciertos y escuchar sus sinfonías 'jevirronas' a todo volumen "excepto cuando hay clientes", dijo a 'The Local'.
La patología de este 'metalómano' se inicia en 1971, cuando su hermano mayor le pone un disco de Black Sabbath a toda caña y envía al infantil Roger a otra dimensión. Ahora mismo, ya un señor de 42 tacos, Tullgren toca en dos bandas de su ciudad, pero si por él fuera serían doscientas.
Un absoluto monstruo Roger. Y un filósofo, a juzgar por otra de sus frases a 'The Local': "Podrán decir que debería crecer y escuchar otro tipo de música... Pero no puedo. El heavy metal es mi estilo".
Obviaré los juicios políticos, pero parece claro que, conforme España se acerca a los estándares europeos, un subsidio así al menos para los oyentes de OT, Trecet y Cadena Dial parece indispensable. ¿O no?
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