Se despidió como siempre, dejando una frase en el tintero. Abrochó el cinturón del coche, metió primera, y se despuso a recorrer la travesía que se había convertido ya en familiar. Nada nuevo.
Encendió la radio del coche, y una tras otra, desfilaron las canciones inoportunas que solo cobran sentindo, cuando te sientes protagonista de ellas y piensas que suenan expresamente por culpa de un locutor falto de escrúpulos y sentimientos. Nada nuevo.
Con la cabeza presa en recuerdos, alargó su mano derecha, buscando el bolsillo de la chaqueta. Sacó el paquete de tabaco, y se encendió un cigarro. Nada nuevo.
Fue al mirar por el retrovisor, al verse reflejado, cuando descubrió que su rostro esbozaba una sonrisa. Una sonrisa relajada, sincera, que lo estuvo acompañando durante todo el trayecto. Y se sentió feliz, al darse cuenta que la persona de la que se acababa de despedir, era la que jamás creyó que existiera, y había tenido la suerte de compartir buenos momentos con ella. A la mañana siguiente al despertar, la sonrisa le dio los buenos días, y él siguió sintiendose afortunado.
El Loco
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